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De la Indignación al entusiasmo. Claudio Orrego

DCU PUCV 10 de noviembre de 2011


Durante mucho tiempo en mis charlas a jóvenes he hablado de cuatro palabras que me han marcado en mi vocación pública: la compasión, la indignación, la pasión y la alegría. Mientras la compasión habla de la capacidad de sentir el dolor del otro como propio (“padecer con”), la indignación apunta a dejarnos interpelar por situaciones de injusticia y abuso, abandonando cualquier atisbo de indiferencia o resignación. La pasión y la alegría, por su parte, hablan de lo importante que es tener un sueño, luchar por hacerlo realidad, y ser capaces de celebrar y reír en el camino.


Estos últimos meses hemos visto como a la sociedad chilena la recorre una ola de indignación. Todos parecemos indignados frente a algo: la mala calidad de la educación, la desigual distribución de la riqueza, el abuso de casas comerciales, los privilegios de los poderosos (políticos o empresarios), la violencia de los encapuchados, la falta de respeto a la autoridad, el individualismo rampante, el poco diálogo y espíritu cívico, la polarización de nuestro país, etc.

Es un hecho de que existen razones para estar indignados. También es cierto que esta indignación ha movilizado a miles a protestar contra lo que consideran injusto. Sin embargo, creer que sólo con indignación podemos construir el país que soñamos es un error y un espejismo. La gente no sólo se mueve por la rabia que le genera lo que no le gusta. Los seres humanos mayoritariamente nos movemos por anhelos profundos que deseamos con pasión. Sea el amor por alguien, una meta de desarrollo personal o un proyecto colectivo, lo cierto es que el entusiasmo es fundamental en la vida. Para construir ese país que soñamos, entonces, debemos ser capaces de transitar de una catarsis indignada a un proyecto común por el cual dar la vida.

Del 13 al 15 de Abril tuve una invitación muy especial. Un grupo de jóvenes emprendedores junto a la Fundación Desafío me invitaron a la Cordillera a vivir un encuentro de 4 días con 220 líderes de ámbitos distintos para ver como humanizar la globalización y nuestra sociedad. Había pobladores, representantes de iglesias y pueblos originarios, ex prostitutas, gerentes de empresas, líderes de ONGs (muchos de ellos jóvenes), académicos y representantes del mundo político.

No dejo de admirar que un grupo tan distinto haya decidido emprender con coraje la aventura del encuentro personal (en vez de la confrontación) como una manera de buscar nuevos caminos para humanizar nuestro país. No se trataba ni de un taller de crecimiento personal ni mucho menos una jornada de capacitación. Era un encuentro sin etiquetas, prejuicios y roles, entre mundos que nunca se encuentran o si lo hacen es generalmente en base a estereotipos. En pequeños grupos, y sólo con algunas charlas motivacionales (Julio Olaya y Rodrigo Jordán), nos abocamos a la tarea más difícil de todas: construir un “nosotros” y una hoja de ruta para empezar a construir el país de justicia y solidaridad en que muchos creemos.

Para quien no estuvo, puede parecer una locura. Para los que pudimos compartir esos días maravillosos, fue una inyección de optimismo, esperanza y sentido de misión. En tiempos donde afloran los “indignados”, me parece importante reclamar también la presencia de los “entusiasmados”. Sí, gente que no sólo se revele contra la injusticia, sino que también se apasione por la solidaridad, el emprendimiento y la creación de empleos justos y sustentables.

Creo que si el cambio de estructuras no viene acompañado de un profundo cambio personal, donde exista encuentro con ese “otro” que no conocemos, es probable que consigamos aumentar la riqueza, pero no la felicidad ni la fraternidad entre nosotros. En la polarización que vive actualmente nuestro país, se necesita de gente que se atreva a proponer banderas de diálogo, encuentro, respeto y trabajo colectivo. Tenemos tanto que aprender de los más jóvenes y humildes de nuestra sociedad. Sólo si logramos transitar de la indignación ante el presente al entusiasmo por un futuro distinto, podremos avanzar en caminos de verdadera humanización. A pesar de lo negativo de las noticias de estos días, sigo creyendo que es posible otro Chile.

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