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La interpelación de los estudiantes al Sistema económico y político

DCU PUCV 16 de agosto de 2011

Por Carlos Huneeus

En las últimas semanas diversos artículos de prensa explicaron las causas y el carácter de las manifestaciones de protestas convocadas por los estudiantes. Detrás de las palabras de buena crianza de simpatía con ellas, se encuentra un no menos explícito propósito de bajarle el perfil y mostrarlos como episodios importantes, pero de efectos pasajeros. Parecieran buscar tranquilizar al establishment,  que hace una defensa corporativa del lucro en la educación, porque temen que esta demanda se expanda a otras industrias, como la energía, como se demostró en el masivo rechazo a HydroAysén, a los bancos, o las AFP.
Unos articulistas explican las protestas como expresiones de un cierto “malestar” existente en la sociedad, un sentimiento subjetivo vago, sin contenido político especifico y que se explicaría por el inconformismo natural de la juventud.  Su trascendencia es relativa y pasará con el tiempo.
Otra mirada es a través de la comparación internacional. Las protestas serían comparables a las de España, desconociendo las enormes diferencias, pues en éstas los protestantes eran profesionales cesantes y no estudiantes. Tal vez en cinco años más, cuando los egresados de las universidades privadas chilenas no encuentren empleo, protestarán como lo hacen los españoles. Otra comparación es con las revueltas estudiantiles en Francia en 1968, también distintas pues entonces los estudiantes se dejaron llevar por un narcicismo que les llevó a “pedir lo imposible”, mientras que los chilenos tienen demandas realistas.
Quienes en el pasado sembraron la ilusión que “el crecimiento” nos llevaba a la tierra prometida, son responsables que estemos aún lejos de ella y en medio de una crisis de proporciones. Los errores deben ser reconocidos, para ser debidamente corregidos, antes que el daño sea mayor.
Ninguna de ellas explica la fuerza y la continuidad en el tiempo de las demandas estudiantiles. Ni el más combativo de los dirigentes estudiantiles jamás imaginó la tremenda aceptación que tendría en los chilenos la convocatoria a favor de una educación de mejor calidad, por la educación pública y contra el lucro. Ello ocurrió porque sintonizaba con valores que la opinión pública compartía desde hacía años, rechazando la tesis neoliberal que el mercado y el empresario privado son determinantes en la educación.
Las demandas estudiantiles tienen paralizado al gobierno y al sistema político porque cuestionan aspectos centrales de la democratización, que optó por  una legitimación por el desempeño económico y por una política de consenso entre elites que tendió hacia la convergencia y no el disenso entre los adversarios. El gobierno del presidente Piñera, como lo he escrito antes en El Mostrador,  es más que el primer gobierno de derecha después de medio siglo; es el primer gobierno de empresarios en la historia de Chile, con un presidente y un equipo de ministros que miraron con simpatía al lucro, porque fue la fuerza que los empujó durante décadas.
La Concertación, por su parte, no tiene influencia en los estudiantes porque sus dirigentes y parlamentarios se alejaron de los estudiantes desde hace años y su discurso económico se ha mimetizado con el de la derecha. ¿Qué sentido tiene que un senador socialista esté preocupado de la repatriación de capitales, sino que congraciarse con el mundo empresarial y sus financistas?
Los estudiantes desconfían de los congresistas, temiendo que cederán a los intereses de los inversionistas en la educación privada, como antes lo hicieron con otros temas de la educación, la economía y la política con “la política del consenso”.
Es un hecho muy notable que los chilenos hayan resistido el discurso neoliberal difundido por décadas por sus partidarios, que han contado con el apoyo del mundo empresarial y de la prensa escrita. También fue favorecido el liberalismo porque la Concertación no desarrolló un pensamiento económico alternativo. El discurso a favor del rol del Estado no se orientó hacia un sistema económico distinto, sino para construir nuevas instituciones, como el Plan Auge, que coexistió con instituciones con fuertes componentes neoliberales, como la educación y la política de vivienda. Tampoco ahora en la oposición sus centros de estudio han explicitado un pensamiento alternativo, ni se enfrentan con el neoliberalismo más allá de algunas columnas de prensa.
Los gobiernos democráticos no fueron “continuistas” con el modelo económico de la dictadura, pues hubo reformas contrarias al neoliberalismo, resistidas por la derecha. Por ejemplo, ésta se opuso en el gobierno Aylwin a que fuera pública la votación de las AFP en las juntas de accionistas de empresas en que tenían inversiones, para impedir el secreto por parte de accionistas minoritarios, que, con el apoyo de las AFP, pudieron controlar el gobierno de poderosas  empresas, como Endesa, Chilectra y muchas otras.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el equipo económico evitó la diferenciación con el pensamiento neoliberal, especialmente durante los gobiernos de Lagos y Bachelet. Ello se expresó mucho más allá de una conveniente “coexistencia pacífica” de un  presidente de izquierda con la derecha; por el contrario, se tradujo en iniciativas conjuntas, especialmente, con el Centro de Estudios Públicos (CEP) fundado en 1980 con la participación de los principales Chicago boys, que reforzaron elementos institucionales del neoliberalismo en la economía y se expandió al sistema político. Este acuerdo explica el rechazo al financiamiento público de los partidos, que les quita autonomía frente a los empresarios, y la aprobación del voto voluntario, que dañará la política porque bajará la participación de los pobres en las elecciones y aumentará la influencia del dinero en la política, es decir, dará más poder a la derecha.
Las demandas estudiantiles por  más Estado en la educación y el fin al lucro en ésta, contando con un masivo apoyo ciudadano, han amenazado a los poderes fácticos  y han estremecido el sistema político porque toca nervios muy centrales de éste. También cuestiona la política de los gobiernos democráticos y la gestión de sus principales personeros, obligándolos a redefinir sus posiciones. Chile no será el mismo después  de estas movilizaciones.
Quienes en el pasado sembraron la ilusión que “el crecimiento” nos llevaba a la tierra prometida, son responsables que estemos aún lejos de ella y en medio de una crisis de proporciones. Los errores deben ser reconocidos, para ser debidamente corregidos, antes que el daño sea mayor.

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